5/8/10

Océano

Los padres, en general, suelen mostrarse preocupados por la educación de sus hijos. Algunos más, otros menos. Los míos, y los de buena parte de mi generación, sublimaban esta necesidad de sentir que estaban haciendo algo por el futuro de sus hijos invirtiendo parte de sus ahorros en una enciclopedia, para su uso como fuente de consulta de los trabajos escolares. Estamos hablando de una época en la que buscar información en una computadora sólo podía ser posible en las películas que pasaba el Canal 9 los fines de semana.

En el caso nuestro fue una de la editorial Océano. Esta marca era algo reconocida, pero no tanto como la Larousse y la Espasa Calpe, reinas de las enciclopedias de la época, con sus treinta o más volúmenes. La nuestra era bastante humilde: tenía cuatro tomos, cada uno de unos diez centímetros de ancho, tapa bordó y letras doradas y con serif. Estos cuatro tomos respondían cada uno a las cuatro principales áreas de estudio, que siempre se me dieron por relacionar con las partes de una persona: la lengua (la cabeza), las ciencias sociales (los miembros, especialmente los superiores), las ciencias naturales (los sistemas digestivo, respiratorio, circulatorio, nervioso, muscular, reproductor, óseo, linfático, cardiovascular y tegumentario) y las matemáticas (el alma, claro).

Recuerdo que mi tomo favorito era el dedicado a las ciencias sociales. En la sección de geografía se le dedicaba una página a cada país del mundo, que incluía datos generales (y muy importantes) como idioma oficial, densidad de población, moneda, flora, fauna, etcétera. Podía pasar horas leyendo la información, comparando datos entre países (especialmente me gustaba contrastar el porcentaje de alfabetismo de la Argentina con el de otros; ahora me doy cuenta de que Océano era demasiado optimista con el estado de la educación en nuestro país), viendo las fotos en blanco y negro (las de color estaban aparte, creo que en las páginas centrales de cada tomo, en hermosas páginas brillantes).

Sin embargo la enciclopedia Océano nunca cumplió del todo su propósito. En mi casa, de tres hermanos en edad escolar, yo era el único que entendía el uso del índice por palabra clave y probablemente era el único al que le interesaba entenderlo. La información que proveía la enciclopedia, sea sobre el tema que fuere, nunca era lo suficiente profunda como para rellenar más que un par de párrafos del trabajo a entregar. Tal vez fuera que esperaba que la enciclopedia me diera todas las respuestas al examen sobre las Invasiones Inglesas, que escribiera por mi el dictado centrado en las palabras terminadas en -ción y -sión, que me dibujara la lámina sobre la fotosíntesis o que me enseñara a hacer el roll para atrás que tanto se me complicaba.

Y probablemente, no recuerdo, la enciclopedia Océano siga ahí, en una biblioteca en la casa de mis padres, con las tapas de un bordó ya ennegrecido, pero con sus hojas tan blancas como el primer día, con apenas algunas arrugas y un par de manchas de Nesquick.

Espero no haberlos desilusionado si buscaban aquí una reseña sobre la historia de la enciclopedia. Bien pueden buscarla, ustedes que son jóvenes, en la virtual Wikipedia; sin embargo, no les prometo que hacerlo no provoque algún conflicto la implosión del sistema internético, de la misma manera que una estrella enana blanca tras su muerte se transforma en agujero negro*.

*Para más información sobre el tema, consulte Enciclopedia Océano, tomo 3 ("Ciencias Naturales"), sección IV ("Astronomía"), página 317, segundo párrafo.


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