25/7/10

Eso te pasa por andar descalzo

Según nuestras madres y abuelas, el niño que se atreve a caminar sin calzado por su hogar puede ser víctima de al menos tres peligros diferentes: que te vas a resfriar, que te vas a golpear el dedo ("tu tía estuvo enyesada un mes, ¿no te acordás?"), que cuando seas viejo (o tal vez decían adulto, pero para nosotros adulto significaba viejo) vas a tener problemas de espalda, reuma o similar (mi abuela solía asustarnos con el reuma, así como con el servicio militar y el tónico para aumentar el apetito).

Lo extraño, lo que nos hacía (y hace) sospechar era que nunca aducían más de uno en el momento del reto; simplemente los intercambian, restandole credibilidad a la advertencia y haciendo que el pequeño descalzo crea que hay una intención oculta en esa manía de ser perseguido para que se ponga las chinelas. Es un hecho. Algo ocultan. Hay un pacto. Un pacto de madres (que incluye a las abuelas en su doble rol; por suerte sólo contamos acá a las madres de nuestras madres: las madres de nuestros padres no parecen ser incluídas).

Pienso en las rubias (las teñidas y ella, la Rubia Natural) que se juntan a la salida del colegio y charlan de algo que parece nada, pero no es nada, debe ser eso. Debe ser esa única y sabia por-si-misma razón por la que no pueden permitir bajo ninguna circunstancia que un chico ande descalzo por la casa (ni se discute fuera de ella).

El mayor placer oculto de una mujer, creo yo, es ver la expresión de su hijo luego de golpearse el meñique del pie derecho con la pata de una de las sillas del comedor. Hay algo en la respiración, en la forma en que exhalará el aire esa madre ante esa imagen. Algo instintivo, nato; un momento publicitario de esos en que la chica toma un jugo light de pomelo rosado y el viento sopla y suena un llamador de ángeles a lo lejos y una nube tapa el sol pero es sólo un momento, no se asusten, el sol vuelve y el jugo está realmente delicioso.

Luego vendrá la reacción, la preocupación real, la frase maldita.

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